Hoy más que nunca necesita la Iglesia y el mundo seglares capaces de asumir tareas que edifiquen la comunidad cristiana sin abdicar de compromisos serios para construir la ciudad terrena en conformidad con los criterios evangélicos. Nadie podría entender la vida de los laicos cristianos que, junto a su acción intraeclesial, no estén presentes en el corazón del mundo. Lo que ellos realizan ha de suscitar serios interrogantes a cuantos les contemplan. Son necesarios la profecía y el testimonio, la palabra y la acción, la oración y el trabajo, la interiorización y la realidad externa. Esto debe llevar ineludiblemente a los laicos a un ‘cristianismo de presencia’ y a un ‘cristianismo de mediación’, junto a una sólida formación. De ésta afirma la Conferencia Episcopal española que “ha de contribuir a vivir en la unidad dimensiones que, siendo distintas, tienden con frecuencia a escindirse: vocación a la santidad y misión de santificar el mundo; ser miembro de la comunidad eclesial y ciudadano de la sociedad civil; condición eclesial e índole secular; solidario con los hombres y testigo del Dios vivo; servidor y libre; comprometido en la liberación de los hombres y contemplativo; empeñado en la renovación de la humanidad y en la propia conversión personal; vivir en el mundo sin ser del mundo (Jn 17, 11.14-19); como el alma en el cuerpo, así los cristianos en el mundo” (Cristianos laicos, Iglesia en el mundo 77).
560 págs. – 2009