En Michel Henry descubrimos uno de esos personajes sorprendentemente ricos y complejos con los que la Historia nos obsequia cada cierto tiempo. Profeta de una filosofía de la vida, el suyo ha sido un grito de la verdad en un contexto de relativismo; la suya una extraña y paradójica adhesión a la fuerza primitiva, convencido de que no hay muerte, de que el hombre no es un ser-para-la-muerte, sino el viviente en el seno de la Vida.
La fenomenología material de Henry, distanciándose tanto de la fenomenología clásica o tradicional, como de la filosofía griega u occidental, busca volver al núcleo de esa subjetividad que somos cada uno, allí donde la impresión primera y originaria nos abre a la verdad de la esencia de la manifestación. Pasividad, inmanencia, tiempo, angustia y lenguaje, configuran el estudio de la finitud humana; la diferencia entre cuerpo objetivo y carne subjetiva, el estudio de su corporeidad; la fenomenología de la vida común se encuentra, finalmente, a la luz de la revelación del mensaje cristiano, el esplendor de su autenticidad: hijo en el Hijo, el hombre lo es por su auto-generación en el Archi-Hijo.
Esta filosofía cristológica no está exenta de puntos difíciles y problemáticos, pero también en ellos se revela la grandeza de una propuesta que, inevitablemente, nos da que pensar. Si no falta el conflicto, abundan las aportaciones valiosas y sugerentes con las que poder iluminar la reflexión filosófica sobre y para el hombre de hoy.
729 págs. – 2007