144 págs. ? 2005
Europa tiene como cuestión, primera y principal, recuperar la visión humanista de la sociedad, aportada por el cristianismo. Su unidad continental pivota sobre una cultura común, compartida durante siglos, que no niega la legítima diversidad entre sus países miembros. Europa es ciudad puesta en lo alto del monte, no sólo para proseguir como faro de civilización, sino también para invitar a la integración respetuosa y enriquecedora de todos los pueblos que acudan a ella para edificar la ciudad. En ello Europa no puede renunciar a su identidad; equivaldría al suicidio. La identidad y diferencia de Europa ha de buscarse en su cultura y, ésta a su vez, en la concepción de la persona humana, piedra basilar de toda su estructura social. La antropología griega, a la luz bíblica y de la fe cristiana, ha hecho posible Europa. Renegar de sus raíces cristianas constituye una grave injusticia y un error de perspectiva en la construcción de su futuro. El misterio nupcial de la persona, en sus tres elementos que lo conforman -identidad y diferencia sexuada; capacidad de amor interpersonal; fecundidad física y espiritual- constituye el principal hallazgo y piedra basilar de la cultura europea sobre la cual edificar sólidamente la ciudad, sin olvidarse de la Jerusalén del cielo.
Se detectan hoy graves ataques al misterio nupcial de la persona. La Exhortación Ecclesia in Europa señala dos campos: el matrimonio y el don de la vida. Mediante el estudio de la ?Constitución para Europa?, estas páginas exponen con amplitud la doctrina católica sobre la sexualidad humana, sobre la naturaleza del amor interpersonal, y sobre la paternidad responsable. La clave moral que integra armónicamente los tres elementos del misterio nupcial estriba en la virtud de la castidad. Ante las graves pretensiones por parte de algunos en equiparar jurídicamente las uniones entre homosexuales al matrimonio y su presunto ?derecho? a adoptar hijos, llegamos a la siguiente conclusión: este hecho constituye el ataque frontal más grave -jamás acaecido en la historia- contra el misterio nupcial de la persona. Europa ya no es una jovencita, sino toda una mujer que ha de saber volver a la Iglesia, casa Paterna en donde sus ciudadanos aprendan a dar el paso maduro de ser hijos de Dios -identidad y diferencia- a ser padres -amor fecundo-. Si Europa custodia y promueve el misterio nupcial de la persona en sus tres elementos inseparables habrá recobrado la clave fundamental para ser buena mujer, mejor esposa y óptima madre de la cultura de calidad que la ha hecho grande en la historia.