A pesar de que la verdadera «revolución» numérica y temática en la historia de la Biblioteca Capitular de la Catedral de Toledo vino motivada por el ingreso a comienzos del siglo XIX del fondo del Cardenal Zelada, un factor importante de superación de la vieja biblioteca medieval reside en la invención de la imprenta, que cambió radicalmente la composición de la misma y puso a su disposición un mayor número de ejemplares. El surgimiento de la prensa de tipos móviles metálicos hacia 1450 en Alemania y la irradiación del ingenio hacia Castilla a través de la diáspora de impresores alemanes (1472),1 puso en contacto a los dirigentes de la diócesis de Toledo con las posibilidades que el invento ofrecía para la depuración de los textos litúrgico s y la difusión de las directrices canónicas y sinodales. Los ingresos de la imprenta incunable irían desplazando progresivamente los tradicionales métodos de transmisión cultural, aunque siempre en convivencia con el trabajo de los escribanos, que siguieron autorizando la cultura escrita de la Iglesia. Como han explicado Briggs y Burke, la imprenta fue un invento «revolucionario» sólo si sus efectos se contemplan en la larga duración. Más que una causa directa de cambios sociales que preparan la entrada en la denominada «modernidad», se trataría de un «catalizador», es decir, de un elemento que ayudó y, en ocasiones, aceleró diferentes transformaciones de la sociedad y sus mentalidades. En el plano de la Iglesia de Toledo, la imprenta coadyuvó la implantación de las reformas litúrgicas que se desarrollaron entre los pontificados de los arzobispos Carrillo y Jiménez de Cisneros, sustentadas en gran parte en la renovación de los libros cultuales. A nivel general, los productos impresos marcaron la vida social de diversos modos: propiciaron la alfabetización y la democratización del conocimiento, pero también la homogeneización lingüística y la necesidad de discriminar los saberes puestos por escrito, favoreciendo el acceso a una información creciente y difícil de controlar. Por ese afán de control, no es extraño que la incorporación de impresos en la Biblioteca Capitular y la consiguiente explosión de volúmenes coincida con la realización de los primeros inventarios signaturizados en el siglo XVI.
2012 – 88 págs.