En este año litúrgico 2017-2018 se llega a la décima edición del
Calendario Litúrgico del Rito Hispano-Mozárabe. Como Arzobispo de
Toledo y Superior Responsable del mismo quisiera renovar mi
agradecimiento a los presbíteros Salvador Aguilera y Adolfo Ivorra,
autores de dicho Calendario.
Como en otras ocasiones, en la presentación dedicaré unas
palabras a alguna de las particularidades de nuestra Venerable
Liturgia. En esta ocasión quisiera detenerme en la mujer samaritana,
una de las figuras bíblicas que las tradiciones hispano-mozárabe,
romana y bizantina colocan en torno a la catequesis bautismal.
El segundo domingo de Cuaresma recibe, en el Misal Hispano-
Mozárabe, el título de «Misa de la Mujer Samaritana» dado que, en el
Evangelio de ese día, se proclama su encuentro con Jesús (Jn 4,3-42).
La lectura del relato evangélico y de la eucología nos permitirá leer
este pasaje desde la perspectiva espiritual hispano-mozárabe que, en
pocas palabras, desea que el Hijo de Dios despierte también en
nosotros la misma sed que en ella.
La mujer samaritana, figura de los gentiles, mereció conocer el
poder de Cristo, el cual se sentó, tuvo sed y le pidió agua; tenía sed de
agua y pidió su fe. Él, que había suscitado en ella el don de la fe,
reclamó que le diese agua para beber; él, que la abrasó con el fuego de
su amor, sediento, le pidió bebida para calmar su sed. Por eso, ella,
abandonando el cántaro de los vicios, se marchó a la ciudad porque
no podía callar lo que había visto y oído (cf. Post Sanctus).
Los textos eucológicos, antes de exponer mistagógicamente el
encuentro de Jesús con la Samaritana, subrayan las coordenadas:
Encarnación-Redención. De este modo, según la oración Alia, el Hijo
de Dios ha descendido, en la última etapa de la historia, hasta lo más
profundo de nuestra miseria, salvándonos de la tenebrosa
profundidad del pozo para unirnos a él. Además, la Illatio subraya su
verdadera humanidad al decir que se sentó junto al pozo, sediento y
fatigado, mostrando así «la realidad de su naturaleza humana, ya que
había asumido nuestro cuerpo mortal, aunque en él habitaba
corporalmente la plenitud de la divinidad».
Cabe destacar asimismo la interpretación que hace la oración Ad
pacem sobre otro detalle del relato evangélico. Señala que Cristo, tras
haber aceptado la fe de la mujer, permaneció dos días con los
samaritanos, recomendando así en figura el doble precepto de amor a
Dios y al prójimo, de manera que, manteniendo con fidelidad el amor
al prójimo, nos podamos acercar a él y, conociendo perfectamente su
caridad, podamos alcanzar el gozo de la vida eterna.
Éste es nuestro deseo: que Cristo, al igual que a la mujer
samaritana, suscite en nosotros el don de la fe y nos abrase con el
fuego de su amor. + Braulio Rodríguez Plaza,
Arzobispo de Toledo, Primado de España
y Superior Mayor del Rito Hispano-Mozárabe 2017 - 136 págs. |